Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.

Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.



Estás confundida. Las imágenes no tienen relación con el título. Por más imaginación que tengas es difícil relacionar la macro de un huevo de Pascua con la idea de fortalecer la autonomía de un niño. Este lunes me tomo una licencia poética, abusando del frágil vínculo entre las imágenes y el texto. En un resabio de rebeldía pascuera, publico las fotografías que tomé durante la mañana del domingo, con un hijo en pijama y preparado para desayunar con su desmesurada madre.



Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.



Puedo pero no quiero.



Quizás pueda incluirte en mi universo desmesurado para que olvides por un momento por qué en mi lógica bizarra un desayuno de Pascua tiene su que ver con la consolidación de la autonomía de un hijo. Segundo de los pilares de la "educación para la felicidad".  


Estoy segura que el concepto en sí mismo no se plantea como un tema de discusión.  Las madres queremos y necesitamos hijos que resuelvan las circunstancias de la vida cotidiana en la medida de sus posibilidades. De acuerdo a su edad y a los rasgos propios de su personalidad. Veamos, no se trata de que Camilo se prepare el almuerzo a los cinco años, pero... no sería mala idea para el hijo de una madre que concibe la cocina como territorio hostil. 


El fortalecimiento de la autonomía es una lucha en la educación de mi único hijo. Con cinco niños de todas las edades en plena convivencia, éstos no tienen otro remedio que desarrollar aptitudes para la independencia. Al menos hasta el momento en el cual se patente una pildorita para la ubicuidad materna, cuando se tienen más niños que brazos, se complica. 


Pero no es mi caso. Mi hijo es único y adolece de todas las mañas propias de su condición. Está acostumbrado -mal acostumbrado, aclaremos- a que los adultos resuelvan las acciones más básicas de la vida cotidiana:


  • La abuela por complacencia afectiva. Y porque es abuela, qué más decir.
  • Mamá por pura ansiedad. Porque es desmesurada y tiene un temita no resuelto con la paciencia.
  • Papá porque es "ligeramente" sobreprotector. Desearía que se apreciara la "ligera" ironía.


En consecuencia, un lustro de vida le alcanzó para comprender qué, cómo y con quién. Todo lo que percibe como plausible de ser resuelto por un adulto de su entorno, no lo registra como una necesidad inmediata. Ni siquiera digamos que es una máxima de la niñez, es una máxima de la humanidad. Lo más triste del caso sería que dada su corta edad, verbaliza lo que los adultos aprendemos a disimular:


  • Ordena despacio, muy despacio, el caos de juguetes tirados por todo el dormitorio, entonces la abuela termina de hacerlo más rápido. 
  • Hace de cuenta que busca sus zapatos, porque esta madre, apurada por salir, termina encontrándolos (porque mandarlo a la escuela descalzo aún no es una posibilidad).
  • O le explica al padre lo peligroso que es ir a buscar el libro que dejó en el baño (sí: lo sé, es un lugar extraño para un libro) porque el piso "puede estar mojado" y se puede resbalar


En definitiva, no es que no tenga la posibilidad de realizar determinadas tareas acordes a su desarrollo físico y psicológico, es que conoce las debilidades de los adultos. Así de simple. 


En ocasiones, me veo en la situación inversa. Quiere hacerlo todo por su cuenta (todo lo que no sea ordenar sus juguetes) De hecho, cuando realmente quiere algo, piensa, hace y dice. Enseñarle a hacer y decir es la piedra angular de la autonomía pero tiene sus riesgos, madre desprevenida. Porque cuando aprenden: hacen y dicen sin excepciones. Y no siempre hacen y dicen lo conveniente. 


A pesar de esto, defiendo el derecho de aprender a valerse por sí mismo.  Lo defiendo como uno de los principios de la felicidad -si es que existen tales principios- porque no concibo un ser humano íntegro que no sea autónomo y capaz de dar respuesta a los desafíos que tenga que afrontar.  



Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.



Tradiciones familiares.



Dicho lo anterior, apunto un detalle personal. Como somos seres culturalmente rituales, tenemos ritos de todas las clases y colores incorporados a nuestra vida cotidiana. Marcamos hitos vitales trascendentales con rituales de iniciación, madurez o conclusión. 


Somos además, seres signados por las tradiciones: por seguirlas o quebrarlas. Hace cinco años descubrí que los rituales tradicionales de mi infancia, algunos de los cuales fueron objeto de burla durante la adolescencia, volvieron a mi vida cuando fui madre de Camilo. 

Porque más allá de la reticencia a la imposición de ninguna índole, las tradiciones rituales crean una matriz de pertenencia. A esta altura de su vida, puedo apreciar que Camilo siente seguridad cuando ciertas acciones se repiten periódicamente. Y disfruta de esa certeza.



Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.



Celebraciones familiares tradicionales como la Navidad o la Pascua, tengan o no contenido religioso para quien las practica, son este tipo de acciones rituales. Por este motivo, el mimo en la elaboración de una mesa o una comida es una forma de crear recuerdos y fortalecer los cimientos que sostienen la identidad del niño. 


Son acciones simples y no tienen por qué implicar un despliegue asombroso: el mismo desayuno de todos los días, con el muy rioplatense Martín Fierro (queso y membrillo) y el mismo jugo de fruta, se transforma mágicamente en el desayuno de Pascua con un mantel, algunas flores y el discurso de una madre motivada, Porque sentirse "perteneciente" es un buen principio para ser autónomo. Siempre es más sencillo lanzarse a la autonomía cuando sé que existe una red de vínculos que me sostiene.



Bendita autonomía: pensar, hacer y decir.



Hoy no tengo una conclusión contundente en su coherencia. Probablemente sea consecuencia de un hígado castigado por el chocolate que afecta el habitual discurrir de pensamiento de esta desmesurada. 


Así que este es un apunte, en el cual sostengo la necesidad de educar un ser humano para hacer y pensar por sí mismo y añado que parte de este proceso está vertebrado por la creación de una matriz de pertenencia al grupo, ya sea una familia nuclear o no. A partir de este momento, escucho tu opinión. No seas condescendiente con mi resaca de cacao, cuando me desintoxique, ya conversaremos.