Eso de ser bloguera profesional...

Blog profesional


Si leíste a las cinco blogueras extraordinarias que te contaron su experiencia al escribir, seguro sentiste la corriente de inspiración en sus palabras. No conozco mujeres más apasionadas por su trabajo como quienes emprenden con su blog. Es increíble sentir su energía, porque aunque pasen momentos de desaliento o incertidumbre, aman tanto lo que hacen que pocas veces le llaman "trabajo".

A veces, en el vértigo de la vida, las responsabilidades y los compromisos asumidos, olvidamos que somos temporales, que todo lo que hoy nos angustia mañana es recuerdo y que en los momentos significativos -esos que ponen todo en perspectiva- las preocupaciones que hoy te acosan no son más que detalles. Y no es solo una forma de decir.

Voy a contarte una historia que no repito con frecuencia pero que forma parte de mi experiencia de ser bloguera profesional.


Esto de ser bloguera pro.


El año pasado, más o menos en esta época, comencé a sentirme mal. Físicamente agotada, dolorida y con niveles de energía subterráneos. Mi aparato digestivo es sensible (siempre lo fue) pero de pronto, comer era asumir dolor constante. Sin embargo, tampoco dejaba de comer, cada vez más, cada vez peor.

Todo virus o bacteria en el ambiente encontraba en mi cuerpo un hogar para redecorar a su gusto y creo que todas mis memorias invernales del 2015 son de momentos de incomodidad, malestar y sensación de agobio. Como suelo hacer, ignoré los síntomas físicos y me dispuse a hacer algo que me resulta más reconfortante que visitar al médico: escribir.

¿Por qué? Porque mi intuición me decía que aquel malestar era una de las formas en las que se manifestaba la ansiedad de "darme cuenta" que no estaba haciendo lo que quería. Que mi trabajo ya no tenía propósito en un sistema viciado por el hábito y que necesitaba urgente, encontrar el sentido que me ayudara a volver a sentir entusiasmo.

Así nació Intensional. Un blog pensado para re-encontrarme conmigo. Su tagline era "365 días para cambiar una vida". Escribir en el blog se convirtió en mi forma de re-descubrirme pero los dolores no cesaban y cada día me sentía peor. Llegué a creer que estaba seriamente enferma. Solo entonces, después de prepararme para lo peor, decidí comenzar una rutina de exámenes.

Fueron los días más largos de mi vida. Muchas horas de sala de espera. Muchas horas de esperar resultados. Durante ese tiempo, todos los escenarios posibles tuvieron abrigo en mi imaginación. Lo confieso: pensar en mi hijo creciendo sin mí era más terrible que enfrentarme a la idea de morirme.

Sin embargo, todas las historias pueden leerse de diferentes formas y si algo tienen de enriquecedoras las experiencias límite es la perspectiva con la cual te ayudan a mirar la vida. Esas horas de sala de espera transformaron mi blog y mis reflexiones en una oportunidad de sanar.

Desde donde debía sanar primero, que no era el cuerpo. Sí. Tengo problemas físicos: SOP, problemas digestivos y una vesícula con una forma ridícula que me impide procesar determinados alimentos y se hace notar cuando la maltrato. Eso fue lo que revelaron los exámenes clínicos.

Cuando me sentí segura, volví a reírme. ¡Era obvio! Nombrame un órgano y lo tengo deforme. No es una desmesura. Desde la raíz del pelo a las uñas de los pies, nada en mí es "normal". Entonces comprendí que mis diferencias eran yo. Yo no soy "normal". Tampoco me interesa serlo. Descubrí que llevaba más de treinta años escondiéndome detrás de todas las máscaras que te imagines para ocultar la diferencia. 

La máscara más persistente fue la de "intelectual". ¡Es tan cómodo ser una mente! Me ayuda a olvidarme que tengo un cuerpo y mientras me protegía detrás de mi habilidad para escribir, no tenía que pensar en mis rarezas. Porque los intelectuales no son raros. Son intelectuales. Tampoco te voy a decir que esa máscara me pesaba demasiado. Lo que pesa no es la máscara sino el contacto con las otras personas que la llevan puesta. 

De esta forma, en seis meses -que parecieron eternos- había tomado una decisión: dejo atrás todas las máscaras y me dedico a ser quien soy. Punto. Sabía que no iba a ser un camino recto y limpio. Sabía que muchas personas se iban a confundir o a interpretar los cambios que se aproximaban como signos de una depresión o quizás, algo más serio.

Porque nada es más perturbador para quienes te observan de cerca, que verte "diferente" cuando ya estás llegando a los 40. Es más sencillo asumir que un ser querido tiene una enfermedad terminal que aceptar que necesita otra forma de vivir.


¿Para qué si tu vida es buena?
¿No sos feliz con tu familia?
¿No elegiste qué estudiar?


Miles de preguntas expresadas en voz alta o peor... miles de interrogantes leídas en los ojos de quienes te rodean. No. No es fácil. ¿Querés saber qué pasó después? Entonces te espero el jueves. Aunque creo que el final, lo estás viendo.