Sobre la lactancia...




Cuando tengo una mañana libre, el ritual imprescindible para mí es realizar mi "tour virtual" por los blogs que me gusta leer. Con la casa en silencio, disfruto de la lectura y de las novedades que me ofrece la comunidad bloguera. En este recorrido, me encontré con un post sobre lactancia materna que llamó inmediatamente mi atención en el blog de Eulalia, Princess & Owl Stories. Es un tema lejano para mí, sin embargo, me proyectó en un recuerdo nítido sobre mi experiencia personal. Como madre primeriza, mi iniciación en la lactancia no fue una expresión romántica del vínculo entre una madre y su bebé. El primer mes fue muy duro y, aunque compartimos la situación de lactancia por un año, nunca fue el alimento exclusivo de mi bebé desde la segunda semana de su vida. Sin embargo, la propuesta que me motiva a "rescatar" este post del olvido, es la lactancia luego de retomar la rutina laboral. Así que, no quiero demorarme en una introducción extensa para contarte cómo viví ese situación hace cinco años:


La lactancia es una experiencia maravillosa.



Desde antes de nacer Camilo, mi madre me repetía una y mil veces: "amamantar es una experiencia maravillosa". Y cuando una madre tiene razón, tiene razón. Personalmente no lo viví como en la idealización fotográfica de los libros sobre embarazo y parto. El inicio de la lactancia para nosotros no fue una consecuencia natural y sencilla del alumbramiento. Como mi parto fue por cesárea, la famosa "bajada de la leche" llegó días después que Camilo y fueron momentos de mucha angustia en los cuales mi bebé vivía prendido del pecho sin satisfacerse. Además, cuando finalmente se produjo, tuve fiebre y "chuchos" de frío. Si bien me había informado sobre el tema, la temperatura era un síntoma que no esperaba y que inicialmente, atribuí a una infección propia de la intervención que supone una cesárea. Luego supe que era un síntoma frecuente en la bajada de la leche y, si bien no le sucede a todas las mujeres en el puerperio, tampoco es extraño que suceda.

Por otra parte, aunque comencé a producir leche, su volumen era escaso y Camilo no engordaba. Todo lo contrario, en su primera semana de vida perdió peso. ¡Que ironía del destino para quien lo conoce hoy! Entonces, en la primera visita a la neonatóloga, nos recetaron un complemento alimenticio. No te voy a mentir. No sufrí una decepción insuperable por no satisfacer totalmente los requerimientos de mi hijo. No soy una mujer de expectativas utópicas respecto a la maternidad.

El fin de semana anterior a la consulta médica, recuerdo una tarde de sábado en la cual lloré hormonal y desconsoladamente porque Camilo no se desprendía del pecho. Y cuando lo desprendía involuntariamente, no paraba de llorar. Tenía hambre. Me desbordé. Pensé que no lo iba a ser capaz de alimentarlo e hice lo que hace una madre desesperada, lagrimear y pedir ayuda. Llamé a mi amiga, que había sido madre dos meses antes. Claudia me tranquilizó como pudo y en menos de veinte minutos me trajo un poco del complemento alimenticio que le habían recetado a su bebé. No es una situación recomendable. Probablemente un pediatra se horrorice de este consejo entre madres. Yo misma tuve reparos mientras lo preparábamos. Sin embargo, ver a Camilo devorar la mamadera fue suficiente como para ignorar cualquier alerta médica. Mucho más sustancioso que mi propia leche, el complemento lo satisfacía. Entonces, fue un alivio verlo descansar tranquilo y con la panza llena. A pesar de esto, nunca dejé de ofrecerle el pecho porque -más allá de las ventajas de la leche materna en relación a la fórmula- significaba un momento de apego e intimidad que sólo nosotros compartíamos. Un momento que sentís en riesgo cuando tenés que volver a trabajar.


Trabajar y lactar.


Cuando volví a trabajar después de mi licencia, la "lactancia de libre demanda" que nos sugería la pediatra fue necesariamente alterada por la cantidad de tiempo que permanecía fuera de casa. Eran diez horas de separación. Lo pienso en este momento, con la perspectiva del tiempo y no puedo creer que haya aguantado más de un año en esa situación. De todas maneras seguimos insistiendo. Encontramos nuestros recursos. Alquilé un extractor ilusamente, porque nunca pude obtener más de cinco gotas y el aparato hacía más ruido que una metralla. En mi trabajo me ofrecían el beneficio de una hora para lactancia hasta los seis meses del bebé, sin embargo, cuando tu bebé está a más de una hora de distancia de tu trabajo...difícil gozar de ese beneficio, bastante magro y que no contempla las verdaderas necesidades de un bebé.

En un día laboral, amamantaba a Camilo antes de irme a trabajar y durante el día recibía el complemento recetado en mamadera. Al regresar a casa, teníamos sesiones maratónicas de encuentro y todavía recuerdo la felicidad en su cara cuando se re-encontraba con el pecho. Siempre supe que no era simplemente una forma glotona de alimentarse sino su forma de comunicarse íntimamente con mamá. Durante tres meses esta rutina fue exclusiva. Al cumplir seis meses, lentamente se incorporaron los alimentos sólidos a su dieta y el pecho estaba reservado para la mañana al despertarse y para la noche, antes de dormir.

Puedo asegurarte que el vínculo con tu bebé no se resiente por la distancia obligada que supone tu re-inserción laboral. Existen muchas otras formas de fortalecer el lazo que los une y, mirado a la distancia, la situación es mucho más manejable de lo que tu ansiedad primeriza te permite apreciar. A los once meses y medio, decidí retirarle progresivamente el pecho. Fue una decisión personal y familiar, al igual que insistir en el amamantamiento. Para mí fue el momento adecuado. Consideré que podíamos experimentaro distintas maneras únicas de comunicarnos entre los dos. Hoy por hoy, la imagen de un bebé amamantando me produce una ternura diferente, con cierta nostalgia de la mirada de Camilo mientras tomaba pecho. Por eso, me sumo al Carnaval bloguero #dialactancia y a su lucha por la lactancia materna porque refiere a una experiencia inigualable.