Duérmete mi niño: la angustia del octavo mes

Duérmete mi niño: la angustia del octavo mes

Afortunadamente, el sueño rara vez fue un problema con mi bebé. Sin embargo, las noches que dormí poco y mal hicieron que valorara las horas de reposo de mi propio "oso polar". El momento más difícil fue durante el invierno, en el cual el frío coincidió con "la angustia del octavo mes". Nunca antes había escuchado hablar de este tema, pero tanto Camilo como Lautaro (mi ahijado) pasaron por la misma situación durante el invierno pasado. Aunque Milo dormía en su propia habitación desde los cinco meses, a partir de junio cambió totalmente sus hábitos de sueño, se dormía más tarde, se despertaba en la madrugada llorando y le costaba conciliar el sueño nuevamente. Al principio me desconcerté, pensé que el dormitorio no tenía la temperatura adecuada y sentía frío, por eso se calmaba con el calor y el olor corporal de mamá y papá. Después leí que es una etapa natural de su desarrollo, relacionada con la capacidad de reconocer a las personas familiares de los extraños. Es el momento en el cual comienzan a percibir la individualidad y la separación de los seres queridos les produce ansiedad. El bebé necesita sentir la presencia de su madre, la necesita físicamente a su lado para saber que "sigue existiendo separada de él".

El consejo del pediatra para la angustia del octavo mes. 


El consejo del pediatra para esta situación es no levantar al bebé de su cuna. Sí verificar que no existan otros motivos físicos para el llanto y acompañarlo cantándole y acaraciándolo para trasmitirle calma y hacerlo sentir seguro. Ojalá en la vida real ese consejo hubiese sido realizable para mí, con temperaturas muy bajas y cansada de sólo pensar que al día siguiente debía madrugar, me llevaba a Camilo a mi cama (la verdad sea dicha, después de unos días de maldormir,ni siquiera hacía el intento de llevarlo a su cuna) Hice todo lo que no debía: lo levantaba en brazos, lo mecía y lo amamantaba hasta que se dormía plácidamente, ocupando todo el espacio posible -y mi bebé es grande, muy grande. Recuerdo que una compañera de trabajo me dijo "a los quince lo sacás de tu cama" pero, por suerte, no fue ese el caso para nosotros. Volvió a dormir en su dormitorio después de un par de meses, cuando comenzó la primavera. Todavía no logramos que se duerma solito, pero tiene muy identificada su habitación y sabe que es su espacio para dormir.

A pesar de que fue una etapa breve, recuerdo claramente la experiencia de esas pocas semanas: el cansancio, el dolor de espalda, la imposibilidad de pensar claro, el malhumor frente a situaciones cotidianas que, en otro momento, me habrían sido indiferentes. No quería excusarme pero sentía una necesidad de dormir incompatible con las pequeñas rutinas de todos los días. Ni que hablar con las obligaciones laborales que proliferaban como por generación espontánea. Y me sentía culpable si dormía o simplemente si quería descansar sin pensar en nada. Pero lo peor era saber que después de tantas horas de estar lejos de Camilo no tenía la energía suficiente para jugar con él. Admiro sinceramente a las mujeres que llevan adelante su casa, su trabajo y sus hijos (¡más de uno!)con escasas horas de sueño y una sonrisa. A mí me habría gustado olvidarme del mundo exterior, tener una cunita ideal junto a mi cama (y prescindir totalmente del despertador...)