La adaptación

La adaptación

El lunes pasado Camilo comenzó su adaptación en el jardín de infantes (Centro de educación inicial para ser más exacta) y la semana transcurrió angustiosamente: media hora los primeros días para terminar el viernes con una exitosa -y larga- hora y media.
El primer día, llegué del trabajo ansiosa por saber cómo había reaccionado, qué tenía para decir, cuál era el veredicto de la maestra. Con gran sorpresa me encontré con un niño de dieciochomeses viviendo un proceso de  negación: él nunca había ido al jardín, eso nunca había pasado por su vida. Y la maestra fue rotunda con el padre: "mañana, media hora" . Camilo nunca había dejado de llorar.
Me culpé a mi misma por no estar presente, reflexioné sobre la crueldad de abandonarlo entre desconocidos, racionalicé los beneficios de su escolarización temprana... Nada me sirvió demasiado, durante los siguientes tres días sentí un nudo apretado en el pecho (culpa, creo que le llaman) Sin embargo, la flexibilidad psíquica de un niño siempre será motivo de asombro para esta madre: pasados tres días la maestra tenía nombre y en el jardín hay "mutos nenitos" para jugar. Es el triunfo de la paciencia y la voluntad de incluirlo en las vicisitudes del relacionamiento social. Siempre existirán momentos en los cuales tenga que adaptarse a lo nuevo, sufrir cambios que no puede controlar voluntariamente, encontrar su propia forma de enfrentar los problemas cotidianos. Y aunque el instinto me ruega que lo apachuche y posponga este "transe", la razón me asegura que estamos en el mejor de los caminos, el de adaptarse a su condición de humano en el mundo.