De mudanzas y otras cosas...




La pérdida de un ser querido desencadena muchas emociones: mi hermano se consumía de rabia, mi madre vive presa de la incredulidad y tiene un permanente sentimiento de injusticia. Yo estoy triste. No tengo bronca. No me puedo enojar con la vida, ni con Dios, ni con mi padre por no cuidarse lo suficiente. Estoy triste y me aferro a lo que durante décadas quise mantener a prudencial distancia, la casa en la que nací, en la que nació mi padre, en la que vivieron mis abuelos. No sé si forma parte de mi propio duelo, pero alejarme hoy me duele más que estar entre esas paredes. Es una casa grande, vieja y a la cual detesté -estéticamente, claro- con la misma fuerza que hoy me atrae a ella. No es raro, allí está mi madre y mis recuerdos. Luego de un mes sin volver a mi propia casa, decidimos que lo mejor para nuestra familia era mudarnos por un tiempo a esa casa. Pusimos como tiempo límite un año. En ese tiempo mi sobrina va a nacer y crecer en mi casa y mientras tanto yo elaboro mi dolor desde adentro. Desde donde nace. Porque si hay un espacio asociado a mi padre son esas paredes. En una semana todo fue caos, cajas, bolsas, muebles que no pasan por puertas, mudanzas cruzadas, mucho más caos, habitaciones que se transformaron en depósitos....pero estamos todos juntos otra vez. Ahora el desafío es un poco vanal pero me va a ayudar a tener la mente ocupada: que la casa pueda verse de la mejor manera posible. Sin grandes gastos, sin grandes cambios y con mucha inspiración. Veremos que sale.