En este momento, Camilo duerme serenamente. Lo miro dormido y reconozco sus rasgos, incluso descubro cuánto se parece a nosotros. Pero la tranquilidad que ahora trasmiten sus músculos relajados, en nada se asemeja a los reiterados episodios de ansiedad nocturna de los últimos meses. Por lo menos una vez en la semana, se despierta llorando, agitado y tenso. Dado que su situación familiar cambió radicalmente en un tiempo muy breve (inesperadamente perdió a su Tata y nos mudamos temporalmente con la abuela) observo atentamente cualquier manifestación poco habitual en su conducta. Sigue alegre, activo, observador y él mismo se pronunció un "niño feliz" un mediodía, mientras caminábamos hacia el jardín. Sin embargo, los episodios de temor nocturno se multiplicaron. Entonces me dispuse a consultar, informalmente, con aquellas personas que podían ayudarme desde el conocimiento de la psicología infantil. Estas palabras son una síntesis de las estrategias de una madre primeriza. No pretenden ser un diagnóstico clínico, ni mucho menos.
Pesadillas en niños de 3 años
En primera instancia, las pesadillas son muy comunes en los niños a partir de los tres años. Se caracterizan por el despertar abrupto y ciertos signos de ansiedad, tales como llantos, gritos y respiración agitada. Al niño le cuesta volver a conciliar el sueño y puede relatar con detalle las circunstancias, los escenarios y los personajes que participaron del episodio onírico. Frente a esta situación, los padres debemos tranquilizarlos sin minimizar o desestimar su temor. La primera reacción, la más natural y por ende la más acertada, es abrazarlo y acariciarlo hablándole suavemente, recordándole dónde se encuentra y con quién está. Contrariamente a lo que supuse, es un momento en el cual no está "mal visto" llevarlo a la cama de mamá y papá o dejar una luz encendida en su dormitorio. Esta decisión depende de la evaluación que los papás realicen en ese momento. Personalmente, tengo muy presente la sensación de calidez del abrazo de mi madre y la seguridad de dormir en su cama cuando tenía "malos sueños". En consecuencia, no hay duda de que estoy de acuerdo con este impulso de protección maternal, aunque al otro día me duelan todos los huesos del cuerpo y haya recibido más golpes que un boxeador.
En líneas generales, si la mamá se muestra tranquila el niño logra serenarse con mayor rapidez. No hay que alentarlo a contar su sueño en el momento, pero sí podemos intentarlo a la mañana siguiente, haciéndole comprender (en la medida de sus posibilidades) que nada de lo sucedido fue realidad. La semana pasada, Camilo se despertó diciendo que había una araña gigante en la cama: era "negra, peluda y tenía ojos todos rojos". Esa tarde, cuando volvió del jardín, buscamos diferentes imágenes reales de arañas. Ninguna se parecía a la de su sueño, porque ésta es un recuerdo de un especial navideño de "La Era del Hielo". Buscamos qué tamaño tenían las arañas más grandes del mundo, y las comparamos con las dimensiones de sus juguetes. Le expliqué de la forma más simple que pude que las arañas gigantes pertenecen a la ficción, no a la realidad. No sé qué tan convencido quedó respecto al tema, pero la pesadilla no se repitió. Otra estrategia para elaborar el contenido onírico con niños pequeños es pedirles que lo dibujen, de esa forma exteriorizan su temor. Si está "fuera" puede manipularlo. Se convierte en un tangible. Cuando despierte, evaluremos este sueño en particular, si logra recordarlo. Y seguiré observándolo, aunque de acuerdo a lo que he leído, las pesadillas son absolutamente normales en el desarrollo psicológico infantil. De todas formas, como acompañada de otras madres me siento menos sola, me gustaría saber a cuántas les sucede lo mismo con su hijo y cómo lo manejan. Por otra parte, hoy en la tarde, tenemos reunión con el Psicológo del jardín (nos entregan la evaluación de esta primera mitad del año) y probablemente le pregunte respecto al tema.