Encontrar un momento y un espacio para el juego puede ser un desafío para una madre que trabaja, se ocupa de su casa y en ocasiones -cuando tiene energía- de mantener un vínculo saludablemente adulto con el padre de la criatura y sus amigas. Tanto más si nos proponemos incentivar actividades que enriquezcan a nuestros hijos en conocimientos o experiencias. En mi opinión, el sólo hecho de jugar, la posibilidad de experimentar el mundo desde una visión lúdica es un derecho de la infancia.
Jugar es una experiencia rica en sí misma, que no está contaminada por la "noción de tiempo" (¿quién estaba apurado por dejar de jugar?), compartiendo con hermanos y amigos o solos: aprendiendo a disfrutar de su imaginación y del tiempo que pueden pasar a solas. Camilo, que es hijo único, tiene momentos de juego solitario que defiendo desde mi rol docente pero que como madre contemplo con cierta culpa. Porque quizás debería sentarme a jugar o con él o quizás si tuviera un hermano...Pero la mayoría de las veces me mira con ojos de ilusión y me pregunta: mamá qué te parece si jugás conmigo? Lo confieso, en esos momentos tengo que hacer un esfuerzo para intentar conectarme con la actividad material de jugar. No estoy hablando de sentarme a acompañarlo, estoy hablando de jugar con él. Y aunque no me resulta sencillo, de a poco he ido encontrando las actividades en las que coincidimos armónicamente:
- inventar historias,
- construir cosas,
- jugar con masas,
- buscar tesoros,
- investigar en el jardín,
- plantar y regar,
- pintar con acuarelas,
- hacer collages...
Para papá quedan las escondidas, la pelota, la playa en verano, los juegos de caja y los mapas.
El derecho a jugar con mamá.
Jugar es una experiencia rica en sí misma, que no está contaminada por la "noción de tiempo" (¿quién estaba apurado por dejar de jugar?), compartiendo con hermanos y amigos o solos: aprendiendo a disfrutar de su imaginación y del tiempo que pueden pasar a solas. Camilo, que es hijo único, tiene momentos de juego solitario que defiendo desde mi rol docente pero que como madre contemplo con cierta culpa. Porque quizás debería sentarme a jugar o con él o quizás si tuviera un hermano...Pero la mayoría de las veces me mira con ojos de ilusión y me pregunta: mamá qué te parece si jugás conmigo? Lo confieso, en esos momentos tengo que hacer un esfuerzo para intentar conectarme con la actividad material de jugar. No estoy hablando de sentarme a acompañarlo, estoy hablando de jugar con él. Y aunque no me resulta sencillo, de a poco he ido encontrando las actividades en las que coincidimos armónicamente:
- inventar historias,
- construir cosas,
- jugar con masas,
- buscar tesoros,
- investigar en el jardín,
- plantar y regar,
- pintar con acuarelas,
- hacer collages...
Para papá quedan las escondidas, la pelota, la playa en verano, los juegos de caja y los mapas.
Jugar con un niño de 3 años.
Cuando ellos juegan, todo, materialmente todo lo que tienen en su entorno, puede ser cualquier cosa. Entonces las ollas se convierten en tambores, los cucharones en espadas de pirata y un envase vacío puede ser una nave espacial para viajar a un planeta desconocido. Y si bien a veces estoy cansada o simplemente no tengo ganas de que todo se transforme en desorden, acompañarlo en este proceso me parece fundamental, porque jugar juntos desdibuja por un momento las jerarquías establecidas por la rutina del hogar, genera complicidad y funda las bases de un diálogo que pretendo, podamos cultivar toda la vida.