La fascinación de los disfraces


Camilo disfrazado

Ser otro. Diferente. Explorar, imaginar. Ir por la vida sabiendo que tenés una identidad secreta al mejor estilo Batman (claro que también está buenísimo ser Bruno Díaz, o casarse con él!) 

Camilo disfrazado


Soy Bob Esponja o Superman.


O tener poderes extraordinarios. Volar, ser extra-fuerte, usar visión de rayos X... Lo que sea. Todo poder vale. No fui una niña de admirar héroes o heroínas pero Camilo adora disfrazarse, transformarse, cambiar de identidad. De Bob Esponja, Superman, El hombre araña o de pirata. Su repertorio es de lo más variado. Es más, hubo una época en que no salía a la calle si no tenía sombrero con pluma, cinturón y botas de lluvia -porque era el "Gato con botas", o un pirata, o un mosquetero, lo que pintara en el momento.

La fascinación del disfraz tiene beneficios psicológicos y pedagógicos. 


Disfrazarse una forma de expresar y representar emociones. También de enfrentarlas. Al principio no estaba segura de si debía preocuparme. O hasta qué punto era saludable que mi hijo necesitara calzarse las botas de lluvia para cruzar la puerta de la calle. Por eso intenté informarme. Después de leer sobre el tema, la conclusión era simple: el disfraz ayuda a vencer lo miedos. El mismo niño que tiene terror a la oscuridad, atraviesa toda la casa sin luces porque tiene una capa y una espada. Un niño disfrazado es más libre. No, no es una paradoja. La magia del cambio hace que se exprese y actúe de forma más espontánea y natural. No siente miedo ni vergüenza. De esta forma la realidad es más fácil de afrontar.

Digamos que los adultos nos disfrazamos de diferentes formas, pero seguimos presos de la magia del disfraz aunque no tengamos máscaras visibles. Y atención: los hijos no nos escuchan, nos miran. Por lo tanto cuando nos imitan tenemos que prestar atención, así es como nos ven...